I Parte.

Desde que entré tuve la suerte que me permitieran firmar con seudónimo. Bueno, realmente eran mi segundo nombre y mi segundo apellido, así que técnicamente no era un seudónimo. Ese privilegio, en extremo extraño, me lo consintió mi jefe de redacción cuando el tercer día, y así quedó, me guardó el secreto. Eso me permitía escribir con la soltura que da el anonimato, siendo bien «cáustico´´, como me calificó cierto profesor de la Universidad sin saber que se refería a mí. Pero lo que más disfrutaba era oír cómo otros hablaban de mí en mi presencia sin saber que era yo el tema de sus desvelos.

La columna que comenzó un viernes para cumplir con mi cuota de publicaciones se fue convirtiendo en lo más leído. Con un poco de sarcasmo y bastante de acidez comentaba las noticias de la semana, y el mencionado casi siempre sacaba ronchas. Algunos habían hasta intentado pagar para conseguir mi nombre real, sin sospechar que ese también era real. El silencio, que primero fue un favor, luego se convirtió en un compromiso por ciertas cosas que yo sabía.

Yo nunca leía mis columnas, excepto una vez, incluso esto no lo leeré después de escribirlo. Pero sí me gustaba ir los viernes a la redacción para sentir que había trabajado toda la semana. Y poco a poco fui cogiendo la costumbre de ir a almorzar a la cafetería donde iban varios de los periodistas de los medios más grandes. Dos periódicos, el mayor sitio web del país y una estación de radio quedaban en menos de 3 cuadras a la redonda, y como todos se conocían de la Facultad confluían ahí. Solo faltaba algún canal de televisión para completar todo el espectro, pero como los de televisión siempre fueron los tontos nadie los extrañaba. Yo siempre fui un outsider, y más ahí, no los conocía y no me conocían, no más allá de las aburridas notas que publicaba con mi nombre real, bueno mi primer nombre y mi primer apellido, real igual que el otro.

De coincidir en seminarios y conferencias y coberturas los conocía de díay de sus secretos de juerga los conocía de noche. Conocía como esos conocidos que saludas levantando la ceja, no más. Y conocía a los de los amigos ocultos, los vicios y las juergas secretas. Excepto a Thalía, que se fue convirtiendo en mi pequeño experimento social a partir del momento en que se sentó en mi mesa. Yo iba con mis dos periódicos, laptop, audífonos y celular; y a medida que iban entrando uno a uno por la puerta leía sus artículos o escuchaba sus reportajes, y me imaginaba qué estaban pensando cuando lo hicieron. Me gustaba señalar las líneas que se copiaban los unos a los otros mientras ellos compartían mesa. A la mía difícilmente se sentaban, tiempo me costó crear a fama de no dar conversación, del «Así mismo´´ y el «Sí´´ repetido no había quien me sacara. Tampoco sabían que yo los veía donde no debían ser vistos, nadie se fija en el tipo de la esquina que no habla mientras sonrías periódicamente y te cambies regularmente de esquina.

Hasta que vino Thalía. Primero puso su café y la mire informándole que no era su lugar, pero no me vio, ensimismada en volver a la barra a pagar. Luego se sentó y pensó que yo leía mi columna sin saber que era mía. «Hoy no criticó a nadie, debe estar enfermo o enamorado´´, dijo señalándola. Aunque ella llevaba trabajando hacia casi 3 años nunca había ido a almorzar ahí. Antes no era un lugar tan elegante y la gente como ella no iban a lugares así. « ¿Tú crees que se enamore?´´, le respondí con más intriga que ganas, y por primera vez me puse a leer lo que yo había escrito. Ella estaba un poco como demasiado elegante para ese espacio, eso era cosa de los de la televisión. «Nah, ese debe estar enfermo, no tiene corazón´´ me dijo, entonces doblé la tapa del diario y me le quedé mirando. Hasta maquillada estaba, cierto que ahora los de su web les habían dado por hacer un canal de YouTube y creerse televisión, pero lo del maquillaje me parecía excesivo. Tomaba café y galletas María, como correspondía a su estilo. En un instante vi su Instagram, fotos de cada momento, posando en cada cobertura. «Pero seguro tiene Instagram, capaz que hasta te siga´´ dije y toqué el botón de Seguir. Me miró trastocada y sorprendida, nunca había caído en cuenta que detrás de aquel seudónimo existía una persona que podía seguirla, si ella supiera… «Seguro que tiene un perfil falso´´ y le echó más azúcar a su café, azúcar blanca, habiendo azúcar prieta, cosas de pijos y nuevos conversos. «O usa el suyo propio, que es peor´´ y la sorpresa fue mayor.

Ese fue el primer día, pero cada vez se fue sentando más en mi mesa y yo más convirtiéndola en mi experimento. Primero llegaba con sus manos ocupadas con el café, galletas y cartera; luego volvía a pagar y regresaba con el azúcar blanca, sacrilegio. El tema principal de conversación era yo, bueno, mi otro yo, el del segundo nombre y segundo apellido. Y después ella. Era en extremo curiosa. Era como una foca, vive en el mar pero no es un pez. Aunque la metáfora es mala, lo sé, pero debo escribir esto pronto.

Yo estaba alejado de chismes palaciegos, había demasiados y mi mala memoria no ayudaba. Los que sabía eran los que me contaban. Así que por ella misma me enteré que había estado de novia con un fotógrafo del mayor periódico. Justo 6 meses. Y 3 después dio a luz a su hijo, al hijo de ambos. Pero si le preguntaban hablaba mal de él: engreído, autosuficiente, prepotente, ogro. A decir que era mal padre no llegaba porque sabía, sabíamos todos, que su salario no daba para lo que ella vestía y no podía lanzar esas piedras sobre el fotógrafo teniendo su techo de cristal, uno bastante transparente si sabías mirar. Aún así tuvo a su hijo, el hijo de ambos.

De andar por la ciudad conocía a mucha gente, gente que no tenían nada que ver con la prensa, y era lo mejor. Me habían invitado a lugares muy buenos, y muy malos, y me permitía saber cosas que no podía publicar, ni siquiera con seudónimo. Incluso, podía conseguir los números de mucha gente que conocían a otras muchas gentes que podían resolver todo. Putas para los necesitados, que siempre había, que luego se quedaban pactando conmigo, pagando en información. Entradas para ciertas fiestas que no vendían en ninguna boletería, donde se decían ciertas cosas que eran más valiosas que las joyas. Hasta drogas para los hijos de papá que me quedaban debiendo, el hijo y el papá y que cobraba siempre con silencio. E información.

Siempre quise ver hasta donde podía ir, tensar la cuerda al máximo, jugar al gato y al ratón siendo juez, fiscal y verdugo. Así que Thalía me llegó en el momento ideal. Como ratón de laboratorio era perfecto: toda su vida documentada en redes sociales, con decenas de interacciones diarias, que lo hacían aún más retador. Conseguir el LSD fue fácil, era solo de marcar el número correcto. Lo difícil fue encontrar el momento exacto de echárselo en su café sin que ella o los demás lo notaran. Había solo una ventana de 28 segundos entre que dejaba el café en la mesa y regresaba de pagarlo en la barra. 28 segundos donde me tenía que dar la espalda ella y todos los demás en la cafetería o todo se iría al garete.

Pequeñas dosis hacían muy poco efecto, pero no necesitaba mucho más, yo tenía todo el tiempo del mundo, a diferencia de ahora, era un experimento a largo plazo.

Lo pensé durante 3 meses, todos los días. Tenía mi plan a prueba de balas. La fui conociendo perfectamente durante los 45 minutos que tomábamos café y hablábamos de mi columna y de ella. Supe que sus pretendientes eran muchos, algunos encumbrados, de los que conocía de noche y que de día se la daban de caballeros enamorados. Aunque presumiera de moderna, saber las cosas que yo sabía de ellos la haría vomitar. Supe que dejaba a su hijo con sus padres, en otra provincia, a los que mantenía casi ocultos, no era fácil aquello de criar a un hijo y ella no estaba dispuesta a tal sacrificio. Si lo tuvo fue porque creyó que el engreído, autosuficiente, prepotente y ogro de su exnovio tenía mucho más dinero del que aparentaba, pero él quería una vida formal de columpio en el jardín y domingos por la tarde.  Con el niño lejos podía atender a cada uno de sus pretendientes, mejorar su casa, su armario y los escenarios para sus fotos de Instagram.

Es raro las intimidades que uno habla con un desconocido dispuesto a todo. Durante 3 meses la estudié mientras pronunciaba cada palabra, con la dosis de LSD al alcance de mi mano. Tres meses para ir conociéndola sin que ella supiera lo que le esperaba. Sin siquiera saber yo lo que le esperaba, porque no había pensado en más allá de darle el LSD y ver qué pasaba.

Fue realmente excitante, casi se me detiene el corazón, justo en el segundo 27 le eché el LSD en su café. Un segundo después me miraba desde la barra con el azúcar y su sonrisa de foca dibujada en la cara. Nadia había visto nada, benditos celulares aislantes y aislados. Ese mismo día teníamos una cobertura cayendo la noche, así que vería en mi experimento los efectos, después de 3 meses de estudio pasábamos a las pruebas de campo.

Eran las 6 de la tarde y el jardín de un centro cultural donde iban a anunciar un congreso o festival intrascendente. Ella en primera línea de la rueda de prensa, yo 10 filas detrás y sin ninguna pregunta preparada para el director de la orquesta. Los 43 minutos me dedique a estudiarla, aun de espaldas sabía todo lo que le pasaba, como si la estuviera viendo de frente a sus enormes pupilas dilatadas. En medio de la conferencia empezó a llorar, le tuvieron que dar un vaso de agua y yo por primera vez disfruté de mi pequeña rata de laboratorio. Asombrosamente habría un diminuto espacio que sería transmitido en directo, raro porque todo en este país estaba terriblemente ensayado, hasta los pases en vivo.

Le había dado poco, solo un poco para confundirle los sentidos, pero suficiente para hiciera un show. Si tenía suerte, sería justo cuando hicieran el pase en directo. Por 2 minutos no fue. Thalía empezó a llorar cuando estaban ajustándolo todo. Lloraba desconsoladamente, de pronto se levantó, miró a todos lados y gritaba que se quería ir mientras temblaba. Era mi momento, mi señal para entrar en escena, ser el guionista y actor de este circo. Tres meses de preparación para llegar aquí. No le atiné al contacto con el noticiario por 2 minutos, pero la cara de los asistentes valió la pena, la del periodista ni se diga. Blanco como una hoja y sin poder articular una palabra recibió la señal, mientras todos sudaban frío. Yo lo veía desde una esquina a donde llevé a Thalía. No había nada sospechoso en eso, durante meses todo el gremio nos vio almorzando juntos, riendo y hablando, lo más normal del mundo era que yo la ayudara, así que la cogí del brazo, y le di una vaso de agua mientras veía en directo los que otros miles, con suerte millones, veían en sus televisores.

Lo malo de vivir lejos era que nadie te iba a visitar, lo bueno era que nadie te iba a visitar. Y yo vivía en las afueras, con el espacio ideal para tener a Thalía: un garaje que un loco había insonorizado para hacer experimentos con su gato y su perro con el pretexto de grabar un disco de odio al verde. Ahí la podría tener sin levantar sospechas, con acceso a su móvil era fácil mandar mensajes tranquilizadores, solo tenia que no borrarle las huellas de los dedos.

Las primeras fueron 3 o 4 amigas de su web, preocupadas por ella, o eso decían, a mí me sonaba a celos. Luego fue el periodista del directo, uno con más miedo que talento que subió gracias a su apellido. Con todos fue lo mismo, esperar que colgaran, escribirle al rato, que todo fue un susto, que estaba acostada recuperándose. Igual con su familia del campo. Tendría hasta el lunes, quizás el martes, para que su ausencia física fuera indudable. El complejo de tener unos padres campesinos manteniéndolos alejados de sus amigas me permitía escribir diciéndole a cada uno que estaba con los otros.

Una vez en el garaje con aires de estudio de grabación no supe que hacer con ella. Todo mi esfuerzo había sido para llevarla allí, no para pensar el minuto después. Lo primero que hice fue sedarla. Luego sentí unos impulsos terribles por golpearla, nunca me había fijado en lo linda que era hasta ese momento, solo descargando contra ella pensé que era lo que debía hacer. Juro que no fue con todas mis fuerzas, sentí pena de ella, pero sí lo suficiente para romperle el labio y ver correr su sangre. Pero a partir de ese momento mis sentimientos se apagaron. Nada. Cero. Tantos programas contra la violencia y ahora ninguno sirvió de nada. Si no podía sentir nada, ¿de qué servía esto?